«Bébetelo, es como una medicina». Dimitris me ofrece un vaso de chupito; en sus manos, casi parece minúsculo. La medicina en cuestión es tsikoudiá o rakí, un licor traslúcido que se obtiene tras una doble destilación de las uvas. Con solo verlo, me doy cuenta de que se avecina un ardor intenso y masoquista.
Tal vez te suenen sus parientes cercanos, la grappa y el ouzo. Probablemente también sepas que cuando un griego… no, rectifico: cuando un cretense te ofrece bebida o comida, debes aceptarla de buen grado y prepararte como un luchador en la arena que sabe que ha encontrado un contendiente a la altura. La única diferencia es que, en lugar de recibir una buena somanta en la cara, son tus sentidos los que experimentan una lista interminable de sensaciones: la embriagadora fragancia del queso de cabra ahumado, la dulce sorpresa de la miel de tomillo y el intenso sabor de los tomates recién recolectados, todo ello favorecido por la brisa refrescante de Creta.
La medicina, en cierto modo también digestiva, no podía llegar en mejor momento. Se acerca el fin de la experiencia «Be a Farmer for a Day» de Grecotel en la granja Agreco. Ante nosotros se extiende un camino estrecho y sinuoso de la campiña de Rétino, en la idílica isla de Creta, donde sopla un ligero vientecillo. Los cultivos de vides y tomates cubren con sus ordenadas hileras las suaves laderas de tonos verdes, entre las que serpentea alguna que otra carretera. El Mediterráneo, de un azul tan intenso como el de la bandera griega, puede verse en todo momento en el horizonte.